Todos hemos oído hablar del karma. De hecho, hoy por hoy está más en boca de muchos, en primer lugar porque es un concepto que se ha popularizado entre las nuevas generaciones y, en segundo lugar, porque tendemos a malinterpretar su significado. Seguramente has escuchado en más de una ocasión algo parecido a “el karma se encargará de ello” o “ya le volverá el karma”. Son frases válidas, pero normalmente hacemos referencia a que si una persona ha hecho algo malo, algo malo le pasará a ella en esa misma vida. No tiene por qué ser así, pues no es así como el karma actúa. Por norma general, el karma hace referencia a una recompensa o castigo espiritual que tendrá lugar en una vida futura, de ahí que sea necesario ser una buena persona, pues de lo contrario estamos condenando a todas nuestras reencarnaciones.
Las relaciones kármicas hacen algo similar. Como es evidente, pues su nombre así lo indica, los tipos de relaciones kármicas están íntimamente ligadas al concepto karma, y al igual que este puede ser bueno o malo, las relaciones kármicas son aquellas en las que entramos a raíz de nuestro karma (es decir, relaciones que nos merecemos) y de nuestra genética emocional. Un concepto curioso, el de la genética emocional, ¿verdad? Vamos a ahondar un poco en él.
¿Qué es la genética emocional?
Cuando hablamos de genética emocional hacemos alusión a un tipo de herencia que recibimos de nuestras vidas pasadas. Esto no tiene por qué significar exclusivamente que si, por ejemplo, somos muy celosos, también lo fuéramos en nuestras vidas pasadas; sino que tal vez hicimos algo, como por ejemplo engañar a nuestra pareja, que ahora nos devuelve el karma con la desagradable sensación de celos. Evidentemente no tiene por qué significa solo esto, es cierto que sí puede ser que nuestras vidas pasadas también tuviesen unas características o cualidades emocionales que hemos heredado, motivo por el cual somos más cariñosos, más abiertos, más posesivos…
Normalmente la genética emocional está también vinculada a tareas no resueltas por parte de nuestros ancestros, lo que significa que nos toca a nosotros pagar el pato. Es decir: como no lo hicieron durante su tiempo en el mundo, nos toca gestionarlo a nosotros, y eso también tiene un impacto en nuestra genética emocional.
Para conocernos más en profundidad, nosotros y nuestra relación kármica, debemos pasar por diferentes relaciones. Según los expertos, estas relaciones nos sirven como guía para saber en qué punto estamos, a dónde nos dirigimos y cuáles pueden ser esas tareas pendientes. Las relaciones kármicas que existen son la relación de almas afines, la relación de almas kármicas, la relación de almas dhármicas y la relación de almas gemelas, que probablemente has escuchado mucho más a menudo. Vamos a ver qué implica cada una de ellas.
Tipos de relaciones kármicas
Almas afines
Cuando hablamos de relaciones es fácil caer en la trampa de dar por sentado que hablamos solo de relaciones románticas. Sí es cierto que el principal enfoque de este tipo de relaciones es ese, pero la definición de la relación de almas afines o compañeras da a entender que no tiene por qué ser así. Las almas afines son aquellas personas con las que sentimos una conexión instantánea y tenemos muchos intereses en común. Es la definición prácticamente literal de conocer a alguien y tener la sensación de que le conoces de toda la vida.
Tener una relación de pareja con un alma afín es agradable y seguramente tardemos en darnos cuenta de que no se trata de la persona con la que debemos pasar el resto de nuestra vida. Se trata de compañeros perfectos, tal como indica su propio nombre (almas compañeras), pero llegado cierto punto nos será inevitable darnos cuenta de que no es ahí donde debemos estar. Encontrar un alma afín es una bendición, pero no es el final del camino.
Almas kármicas
Las relaciones de almas kármicas son las que mejor se adaptan al concepto que tenemos de karma, pues, como es característico de este, estas relaciones llegan para darnos una lección. Las relaciones kármicas no están planteadas para durar toda la vida, sobre todo porque se trata de relaciones que, si bien tienen muchas cosas buenas, tienden a ser un tormento. No tiene por qué ser una relación kármica para ambos integrantes: puede que tus ancestros te la estén jugando por no haber hecho sus deberes, pero puede que para la otra persona no seas una lección del mismo modo que ella lo será para ti.
En cualquier caso, se trata de relaciones con muchos altibajos y puntos negativos, como decepciones o complicaciones constantes. Por supuesto, y porque de lo contrario no habría relación en un principio, no será difícil que tengáis una atracción increíble entre ambos, motivo por el cual la relación durará más de lo que crees, pero sabes que se trata de un proceso de aprendizaje. Sí, después de una relación kármica tendrás que sanar, absorbiendo lo que has aprendido de ella. No obstante, no todo está perdido: si el aprendizaje ya ha finalizado, si ya os habéis adaptado y habéis conseguido conoceros mejor no solo entre nosotros sino también a vosotros mismos, podéis tener dos opciones viables: la primera, terminar la relación. La segunda, convertiros en almas dhármicas.
Almas dhármicas
¿Y qué son las almas dhármicas? Las relaciones dhármicas son la luz al final del túnel, en el mejor modo posible. Las relaciones kármicas pueden llegar a convertirse en relaciones dhármicas con trabajo, y es que este concepto hace referencia a un momento de la relación de estabilidad, tranquilidad y crecimiento, en el que ambas partes de la relación han sabido crecer y evolucionar dentro de esta y se ha creado un remanso de paz y de amor. Esto se debe a que, una vez superamos la barrera de los conflictos que suponen las relaciones kármicas, limpiamos nuestro karma.
Debido al proceso de crecimiento por el que hemos tenido que pasar, con nuestra alma dhármica nos entendemos perfectamente, nos complementamos y somos capaces de sentir paz, por lo que es natural que sintamos que podemos envejecer a su lado, y de hecho es probablemente lo que hagáis. Sí, el camino puede que esté lleno de rocas y tendréis que limaros el uno al otro para que cada una de vuestras esquinas case con la del otro, pero lo importante es hacerlo sin desgastarnos. Si tu relación no llega a convertirse en una relación de almas dhármicas, no es ahí.
Almas gemelas
Tu alma gemela. Tu media naranja. La horma de tu zapato. El concepto de almas gemelas es el más popular cuando hablamos de relaciones entre almas, y es que se trata de las almas con las que somos capaces de compartirlo todo desde el primer instante: tenemos la afinidad y los mismos intereses que con nuestras almas afines, la atracción sexual e intelectual de nuestras almas kármicas, el remanso de paz y el cariño de nuestras relaciones dhármicas… Encontrar nuestras alma gemela es la suerte de nuestra vida, y aunque no todo el mundo consigue hacerlo, si sientes que tú lo has hecho debes considerarte inmensamente afortunado.
La energía que caracteriza una relación de almas gemelas es brutal, podría iluminar todo un país. Se trata de una energía que fluye de forma natural, y es que vuestras almas no son nuevas la una para la otra y además de tener una conexión extraordinaria sentís que encajáis como si estuvieseis hecho el uno para el otro (porque tal vez lo estéis). Es como si la otra persona tuviese un poco de ti y viceversa, por eso os conocéis tan bien. No obstante, muchas relaciones de almas gemelas vienen cargadas de drama y conflicto, no porque la pareja lo genere, sino porque muchas veces las circunstancias externas ponen trabas a que la relación avance con normalidad. Y es que se trata de un amor demasiado fuerte, difícil de contener, que puede tener que superar barreras demasiado grandes pero que, sin lugar a dudas, está dispuesto a hacerlo.